Una
de las necesidades más básicas de la condición humana es comer, y sobre todo
compartir nuestra comida. Es algo que
hemos heredado de los primates, algo innato en todos nosotros. Cuando estamos en la presencia de otra
persona que está comiendo, el acto de compartir y masticar los alimentos juntos
tiene un significado y simbolismo que viene de tiempos antaño, casi primitivos.
Sin
embargo, la escasez de la comida en todas las épocas ha dado lugar a guerras,
atrocidades, luchas en la vida cotidiana.
Hasta hoy en día en países desarrollados, donde no pasan casi nada de
hambre, las personas siguen dando vueltas en su trabajo y rutina luchando por
un trozo más grande de la tarta, aunque esta necesidad de alimentarse ya esta
mas que cubierta.
Algo
que he observado en muchas ocasiones en mi vida nómada en los últimos tres
años, es que algunas sociedades más competitivas que gozan de la abundancia,
son muchas veces las más egoístas y mezquinas.
Mientras tanto, los países donde la gente, sin llegar a ser dogmaticos,
tiene una creencia y religión, son los más generosos, con un corazón de
oro. Un ejemplo es la bella tierra de Turquía,
donde las personas en las pequeñas ciudades, sobre todo los pueblos, suelen
invitar a unos extraños a tomar un té en sus casas.
Durante
mi estancia en el sur de Turquía, visitaba varios pueblos costeros, algunos más
turísticos que otros. Deambulando por
las calles y mezclándome con gente autóctona, he podido sentir de primera mano
la bondad de la población, por ejemple la anciana que me invitaba a su
posada. O el hombre y la chica de un
chiringuito que me ofrecieron su desayuno, una experiencia mágica e inolvidable,
sobre todo cuando descubrí que ellos no han dejado nada para ellos mismos. En
contraste, es triste reconocer que en otros países, hayan personas que no te van
a ofrecer ni un vaso de agua cuando les visite en sus casas.
También
recuerdo este chico Yasin que conocí en el restaurante de sus padres. Él no dejaba de llenar mi taza con todo el té
que quería, sin cobrar ni un céntimo para el té. Encima me regaló su propio diccionario turco-ingles,
con su firma personal. Ya casi nadie
hace tales cosas en esa época de informática y mediocridad, menos en los países
más ricos del mundo. Llevo una gran
añoranza en mi corazón por volver a viajar.
Desde luego viajando y compartiendo la comida con la gente de los países
que uno visita, es una de las mejores formas en que uno puede verdaderamente conocer
a las personas y amarlas.